lunes, 27 de marzo de 2017

Crítica: JÓVENES A LA OBRA

Cuando los jóvenes toman las riendas de la creación

Hay diferentes maneras de motivar a los jóvenes a mirar hacia dentro de ellos mismos para que conozcan y/o reconozcan los talentos que tienen, pero cuando ese viaje personal se da en el ámbito del teatro y, más aun, de la dramaturgia (disciplina que a mí mismo me tiene en una constante búsqueda), es inevitable para mí sentir emoción y expectativa por lo que el futuro nos deparará.

Este fin de semana tuve la oportunidad de ver el trabajo de más de diez adolescentes de la zona de Ventanilla llamada Pachacutec, y era un trabajo que no solo consistía en actuar sino que ellos mismos eran los creadores de las historias que orgullosamente nos mostraron.

Es por eso que hoy no estoy escribiendo aquí para opinar sobre la calidad de dichas obras o sobre el nivel de actuación; todos son muy jóvenes y están en franco proceso de aprendizaje. Hoy quiero contarles a todos los que lean estas líneas que hay un grupo de chicos y chicas que apenas han dejado la niñez y que no tienen temor de compartir con el mundo un poco de la realidad que los rodea, realidad que, posiblemente, sea un poco más dura de lo que nos tocó vivir a muchos de nosotros.

Por eso, no creo que sea algo gratuito que varias de las historias mostradas hayan tenido que ver con violencia sexual, traiciones (entre amigos, parejas y también familiares), y hasta un caso de violencia doméstica en donde la mujer nunca supo decirnos si perdonaba o no al abusador.

Como podemos ver, este es uno de esos casos en que el arte realmente cumple su máximo objetivo: el cambiar vidas, y hay que agradecer el trabajo de los profesionales y las instituciones que permiten que estos jóvenes tengan la oportunidad de poder crecer y poder creer que el teatro es una opción real de desarrollo social y personal. Gracias a la directora del montaje, Ximena Arroyo, al dramaturgo Carlos Portugal, guía de los artistas y a la ONG Pachayoung.

Esperaremos con entusiasmo lo próximo que estos artistas tengan para mostrarnos.

Daniel Fernández
27 de marzo de 2017

sábado, 25 de marzo de 2017

Crítica: ¡COMPRE, CASERA, COMPRE!

La vida después de la escuela

La mayoría de las veces que voy a ver la muestra final de un taller, empiezo a pensar con cuidado respecto a lo que veré. Vienen a mí las ideas que me dicen que “es una muestra”, “no es un montaje de verdad”, y todo para justificar de antemano el producto que veré, el mismo que, estoy seguro, tendrá fallas originadas (y permitidas), justamente por ser una muestra final. No sé cuán válido sea este pensamiento, ya que si alguien se atreve a mostrar al público (y más aún, si vas a cobrar por ello), debe de ser porque estás seguro que mostrarás un buen producto y no porque sabes que contarás con la indulgencia del “respetable”, pero el hecho es que el pensamiento existe.

Eso fue lo que me pasó cuando fui a ver la obra “¡Compre, casera, compre!”, montaje final de la Promoción XI del Centro de Formación Teatral Aranwa, y que si bien contaba con el gran aval de haber sido escrita por Mateo Chiarella y dirigida por Jorge Chiarella, aún seguía siendo la muestra de un grupo de jóvenes entusiastas que sueñan con actuar profesionalmente.

Sin embargo, esta vez no hubo ni comprensión ni indulgencia, porque lo que vi estaba en un nivel bastante más alto que algunos montajes profesionales que me han tocado ver. Y es que ¡Compre, casera, compre! no sólo resultó siendo una obra fresca y divertida, hecha para que sus cinco actores tengan la oportunidad de demostrar sus dotes artísticas, sino que también es una obra que critica a la sociedad consumista en la que vivimos, y que nos mostró a través de su ficción el dolor del feminicidio, la ignorancia y la soledad.

Para esto, la obra nos cuenta lo que ocurre cuando, un día y sin previo aviso, a un caserío del norte del país llamado Santo Potón, llega un vendedor inescrupuloso, quién se aprovecha de los pobladores y les hace endeudarse hasta perder todo lo que tienen, siendo esta situación la detonante para que otras desgracias empiecen a ocurrir.

Dicho esto, me voy a enfocar en los puntos más positivos de esta obra: Primero, ha sido trabajada como una real obra de teatro y no como una muestra y el lenguaje usado para comunicar su mensaje (texto, canto y baile) ha sido muy efectivo, dando como resultado una obra coherente y muy bien hecha. Segundo, las actuaciones han sido buenas y nos han mostrado la versatilidad de los participantes. Tercero, hemos conocido personajes realmente queribles (el inocente y enamorado Gabriel es el mejor ejemplo). Cuarto, dramatúrgicamente es una obra que no se quedó en la forma, sino que realmente tenía algo importante que decir, criticando a la sociedad en diferentes temas.

Es cierto que hay puntos que arreglar, especialmente en el primer acto, pero realmente disfruté mucho de esta obra y me emociona pensar en lo que estos actores harán en el futuro. Espero que venga la reposición.

Daniel Fernández
25 de marzo de 2017

jueves, 23 de marzo de 2017

Crítica: FINANCIAMIENTO DESAPROBADO

Visibilizando la falta de comunicación

La memoria, las maneras de pensar y de comportarse son las principales afectadas por la enfermedad cerebral llamada Alzheimer, la forma más común de la demencia. Pero ni el autor Tirso Causillas ni la directora Nani Pease parecen centrarse exclusivamente, dentro del montaje de Financiamiento desaprobado en el MALI, en el personaje afectado por dicho mal dentro de la obra en cuestión, sino en las relaciones que se generan entre este puñado de personajes incapaces de comunicarse entre ellos mismos, enfermos o no: la esposa alcohólica (Lilian Nieto), la tía histérica (Sylvia Majo), el amigo despreocupado (Sammy Zamalloa), el policía fanfarrón (Emmanuel Caffo) y el hijo confundido llamado Julián (el mismo Causillas),que poco a poco se derrumba frente al deterioro mental de su padre (Carlos Victoria), obsesionado por conseguir el ahora imposible financiamiento para un proyecto que beneficiará a todos, y del cual Julián es responsable sin pretenderlo.

Ganadora del Festival Sala de Parto 2014, Financiamiento desaprobado parte de una premisa interesante: asistimos a una puesta en escena en desorden temporal, que es presentada en primera persona por Julián, personaje que afirma dedicarse al teatro. Y todo el montaje en sí se parece demasiado al protagonista teatrero, una vez que lo vamos conociendo, a él y a su padre sin memoria ni brújula que lo guíe en el día a día, dentro de aquella habitación en completo caos con botellas de plástico llenas de la orina del enfermo. La pérdida del padre y su posterior búsqueda hacen estallar todo el drama, que se estanca de manera ingeniosa en el día 40. Pease condensa hábilmente todos los espacios (la casa, el parque, la comisaría, el acantilado y demás) en un mismo escenario, acaso de manera atiborrada pero en total coherencia con el estilo de Julián, muy posible "director" de lo que vemos. Inclusive el uso de los celulares queda desechado en los primeros minutos de cada escena, cuando los personajes los guardan para simplemente seguir el diálogo cara a cara, así se encuentren a kilómetros de distancia, como la madre refugiada en España. Violentos y atropellados diálogos (como en la vida misma), que delatan la completa falta de comunicación entre los personajes, enfermos no de Alzheimer, pero sí de mucho egoísmo.

El texto de Causillas consigue además, personajes muy bien esbozados que se dirigen al público cada uno en su momento, en monólogos muy bien trabajados por el elenco. Las experimentadas Nieto y Majo lucen sólidas y precisas, mientras que Zamalloa y Caffo aportan los bienvenidos toques de humor que un texto tan dramático reclama. Causillas (como lo hizo también en Como castigo por mis pecados, de su propia autoría) compone a un Julián lleno de temores y frustraciones, pero profundamente humano. Mención aparte para la sobresaliente actuación de Victoria, quien consigue un antológico personaje, retratando fidedignamente al disparador del impacto que causa el Alzheimer en familias disfuncionales que no están preparadas para enfrentarlo. Financiamiento desaprobado, producido por Otro/Colectivo Teatro, no solo sí aprueba sobradamente como espectáculo teatral, sino que viene acompañado por un valioso proyecto de investigación e intervención, a cargo de la directora Pease, para buscar la pertinente reflexión sobre este tema tan necesario de visibilizar.

Sergio Velarde
23 de marzo de 2017

lunes, 20 de marzo de 2017

Crítica: A PUERTA CERRADA

Resultados entreabiertos

No, señor(a). Usted no se equivoca. La foto es de la nueva versión del clásico de Sartre, A puerta cerrada (Huis clos, 1944), que viene presentándose en el Teatro Racional de Barranco.

Texto de importancia capital, A puerta cerrada constituye acaso el pico más alto de la genialidad del autor existencialista francés, quien se dio el lujo de rechazar, por sus profundas convicciones, el Premio Nobel de Literatura en 1964. Las complejas ideas de Jean-Paul Sartre, en plena Segunda Guerra Mundial, podrían considerarse como esenciales preocupaciones existencialistas plasmadas en su obra, como por ejemplo, que son nuestros actos y no nuestros pensamientos los que determinan nuestra esencia; o de que es la mirada de los otros la que finalmente nos puede salvar o condenar, y contra ella no valen las justificaciones con las que intentamos engañarnos a nosotros mismos: un concepto que se revela maravillosamente en aquella frase para el recuerdo: "L'enfer, c'est les Autres" o “El infierno son los otros".

Sartre nos presenta en A puerta cerrada su propia versión del infierno: uno particularmente burocratizado, lleno de pasadizos y habitaciones. Hasta allí llegan Garcin, Inés y Estelle, quienes son conducidos por un misterioso mozo a un salón estilo Segundo Imperio, que cuenta con tres muebles, una estatua de bronce sobre una chimenea y un cortapapeles. Sin poder salir, el trío no hace otra cosa que hablar unos con otros, mientras observan a través de las paredes cómo sus familiares y amigos se olvidan de ellos. Allí descubrirán que son pecadores y que están condenados por toda la eternidad. Garcin es un cobarde que traicionó sus ideales y maltrató a su mujer. Inés es una lesbiana que indujo a la muerte a sus seres queridos. Y Estelle ha matado a su hija, engañado a su esposo y necesita la urgente compañía de un hombre. Los protagonistas de A puerta cerrada resultan ser sus propios verdugos en aquel claustrofóbico y sofocante lugar. Lamentablemente, la actual puesta en escena (o adaptación) no le hace justicia a un texto de semejante calibre.

De acuerdo a la nota de prensa, esta nueva actualización de la obra de Sartre busca incidir en la necesidad del hombre actual por tener una identidad individual, en medio de la globalización y el internet; pero este concepto es apenas perceptible, dentro de la desordenada estética elegida por el director. Convertir al salón en un aula de escuela inicial actual (con piso de rompecabezas de colores incluido) y al mayordomo en una niña, interpretada por la actriz Angie Cuba (¿acaso no hay niñas actrices  en la capital?), resulta inexplicable o no aporta nada concreto al objetivo mencionado, como tampoco que Garcin aparezca desmayado en el piso antes de empezar el montaje y los demás personajes, por la puerta; o que la niña aparezca intermitentemente a lo largo de la puesta; o que el momento cumbre, cuando la puerta por fin se abre y nadie decide salir, pase completamente desapercibido. Por otra parte, falta coherencia en los vestuarios (especialmente, el de Inés frente a los otros dos) y en el maquillaje. Los cambios de luces son apenas perceptibles y deben afinarse. 

Los actores Mirtha Ibañez, Carla del Solar y Yamil Sacin lucen, al menos, encaminados (especialmente las damas), pero ninguno logra darle el peso requerido a estos tres antológicos personajes, que serían un regalo para cualquier actor experimentado. El siempre ocupado Manuel Trujillo, que venía de dirigir el año pasado la irregular Entre dos puertas (puesta con temática similar), sí arriesga en esta A puerta cerrada, pero nuevamente deja un montaje con resultados medianos y entreabiertos, dentro de las enormes posibilidades que prometía este texto del siempre genial Sartre.

Sergio Velarde
20 de marzo de 2017

Entrevista: ALFONSO DIBOS

“Hay que despertar nuestra sensibilidad”

El amor es un bien (2016), una interesante adaptación de Tío Vania de Antón Chéjov a cargo del argentino Francisco Lumerman y estrenada en la Alianza Francesa de Miraflores por el colectivo Hermanas Lamancha, sirvió para regalarnos un puñado de sentidas actuaciones por parte de su elenco. Uno de los intérpretes en cuestión, Alfonso Dibos, fue reconocido por el jurado del Oficio Crítico como el mejor actor de reparto en la categoría Drama, por su conmovedora y contenida actuación. “Empecé tarde en el teatro”, afirma Alfonso. “Estudié Economía en la Universidad del Pacífico y trabajé en la tesorería de un banco por cuatro años”. Si bien es cierto tiene familiares que se dedican a la música o a la actuación, su familia nuclear no es artista. Un día, Alfonso vio una entrevista en televisión al actor Liam Neeson. “Me pregunté cómo sería esa ‘chamba’. A mí siempre me había gustado el cine y me daba mucha curiosidad cómo sería eso de ser actor”.

Un amigo de Alfonso, el actor y director Sergio Llusera, le recomendó seguir un taller en la escuela de la destacada bailarina y coreógrafa Mirella Carbone, para iniciarse en danza clásica. “Mi ignorancia era tan grande que no tenía una idea clara de lo que era la danza clásica. Llegué a mi primera clase y había tres chicas en vestido de tutú, recién en ese momento descubrí que eran clases de ballet. Y lo disfruté. Durante los últimos tres meses de mi trabajo como gerente de ventas de tesorería en el banco, me escapaba dos veces por semana un poco más temprano para ir al ballet. Los martes y los jueves. Las clases estaban a cargo de la profesora Lorna Ortiz. Tenía 25 o 26 años”. Alfonso cree que su corto paso por la danza clásica abrió una puerta importante para su formación como actor. “En todo caso fue beneficioso para mí, ya que entendí que el cuerpo se podía mover de otra forma. Se despertó en mí una sensibilidad que estaba algo adormecida, que seguro todos tenemos, pero que debemos hacer algo para despertarla”.

Los maestros y Lumerman

Nuevamente Llusera ayudó a Alfonso a prepararse para ingresar al TUC. Una vez dentro, tuvo la fortuna de tener un impresionante grupo de profesores que fueron puliendo su talento. “Definitivamente Alberto Isola ha sido mi maestro emblemático, no solo porque era el director de estudios del centro de formación en aquel entonces, sino que tuvo a su cargo 4 de los 8 cursos de actuación de la carrera. Aprendí mucho de Alberto, también de Marisol Palacios y de Coco Chiarella, quien me dirigió en mi primer montaje profesional, Enrique V”. La puesta en cuestión, una notable revisión moderna del clásico de William Shakespeare, le permitió a Alfonso demostrar sus habilidades interpretativas, al lado de un versátil elenco, que incluía al mismo Isola, Bruno Odar, Salvador del Solar y Wendy Vásquez. “También tuve de profesor a Gianfranco Brero, con quien hicimos un curso de actuación para la cámara; y debo reconocer que fui un mal alumno de Ruth Escudero, no me porté muy bien, yo estaba en conflicto conmigo mismo, terminé siendo un dolor de cabeza para ella”, reconoce.

“Hermanas Lamancha nace de las ganas de Valeria Escandón (socia y pareja de Alfonso) y mías de hacer el teatro que nos provocaba”, menciona Alfonso, que asegura además ser consciente de que prefiere no sentarse a esperar el llamado de los directores, sino salir a buscarlos. “Valeria venía de haberse formado en Londres y todo el tiempo le metieron en la cabeza que uno debe crear su propia compañía”. El estreno de El amor es un bien, primera producción de Hermanas Lamancha, fue inicialmente el resultado del taller de tres días que llevó Alfonso con Francisco Lumerman en Lima, durante el festival de Sala de Parto 2014. “Fue un gran acontecimiento para mí, un abrir los ojos a una manera más simple de aproximarse al trabajo del actor en el escenario”. Valeria y Alfonso fueron con un grupo de amigos a buscar a Lumerman en Argentina e hicieron un taller por allá. La propuesta para otro taller en Lima no se hizo esperar y de vuelta en nuestra capital surge la oportunidad de realizar una temporada. Así llegó a la Alianza Francesa El amor es un bien. “Ensayamos para la obra con horarios parecidos a los de colegio, bloques fijos de 6 horas, de lunes a viernes”, recuerda.

¿Pero qué hace a Francisco Lumerman un director tan especial? “Todos los directores tienen su manera y estilo particulares. Lo que a mi me llamó la anteción en él es que no trabaja para un resultado”, explica Alfonso. “No es que tiene la obra en la cabeza y quiere que se haga así, sino que realmente usa los ensayos para eso, para ensayar, para buscar. Es decir, había una verdadera apertura para probar, sin presión de que algo funcione desde el día uno”. Alfonso añade que probar en escena es parte del trabajo del actor y la idea es probar las cosas sin imponer una emoción. “Él deja que todo vaya naciendo de a pocos. A veces los actores preguntamos por dónde van a ser las entradas o las salidas, o cómo va a ser la iluminación. Eso al él no le importaba, ya veremos en el teatro decía. Su enfoque estaba puesto en lo que pasaba entre esas personas que estaban en escena, en lo que esas personas sentían en ese momento, mientras ensayábamos. Fue un proceso placentero, divertido, con algunas frustraciones claro, pero hasta eso era agradable”.

De esta forma de trabajo es que salió el nombre de los talleres que organizan con Francisco Lumerman en Lima, “Actuar sin actuar”. La base es escuchar de verdad al compañero, estar de verdad, sin representar que haces algo, sino hacerlo de verdad. Sin actuarlo, sino hacerlo. “La idea es que el público deje de ver al actor y vea a la persona. Que en lugar de que el público salga comentando sobre la técnica y las habilidades del actor, salga preguntándose si estaba actuando o si es así de verdad. Por eso queremos que Francisco siga regresando a Lima, para seguir aprendiendo”.

Artes escénicas y proyectos

Consultado sobre cómo debería ser un buen actor de teatro, Alfonso responde con cautela. “La experiencia es de gran ayuda, por eso hay que trabajar y trabajar”, afirma. “Algo que creo es muy importante es luchar contra el ego. Es muy aburrido ver a un actor con el ego inflado, que solo está en el escenario para que lo vean, para demostrar lo bueno que es. Creo que debemos ir en el camino contrario a eso, trabajar para desinflar nuestros egos, y que se nos vea como somos en verdad”. Añade además que es importante que un actor esté relajado en escena. “Ver a un actor con tensión en el escenario no me gusta. No me gusta darme cuenta de que se están imponiendo las emociones”. Por otro lado, comenta que un buen director de teatro debe “escuchar lo que ocurre en el escenario, debe ser apasionado y tener algo que decir”. Agrega que incluso si la obra esta dirigida por encargo, el director puede “hacerlo con pasión y para eso encontrar de qué le habla a él o ella esa obra. Finalmente para los actores es igual, la mayoría de los personajes que uno hace son por encargo, pero debemos encontrar el vínculo que ese personaje tiene con nosotros”.

Alfonso se encuentra en plena temporada en el Teatro de Cámara del Centro Cultural El Olivar de San Isidro, con la dirección de Pancho Tuesta y la producción de Break Producciones. “La obra se llama Una relación pornográfica. Es la historia de un hombre y una mujer que se conocen por medio de un anuncio de prensa, en el que ella solicita a alguien que esté dispuesto a cumplir una fantasía sexual muy particular. Lo que empieza como algo solo sexual, se va convirtiendo en otras cosas”. A pesar del osado título que tiene la pieza, no asistiremos como espectadores a sus encuentros íntimos, solo a lo que sucede antes y después de los mismos. “Actúo con Vanessa Vizcarra, los ensayos fueron increíblemente divertidos, sinceros y libres. Y la estamos pasando muy bien en la temporada”. En paralelo, Alfonso se dedica a desarrollar los proyectos de Hermanas Lamancha. “Tenemos un taller de clown en abril dictado por Valeria Escandón, y tres talleres de actuación bajo el título ‘Actuar un Shakespeare’ que va a dictar la maestra argentina Laura Silva, en tres niveles. Uno para principiantes, otro para actores que ya tienen formación, y otro para actores con mucha experiencia”, concluye.

Sergio Velarde
20 de marzo de 2017 

viernes, 17 de marzo de 2017

Entrevista: MARBE MARTICORENA

“No tiene sentido hacer teatro cómodo y seguro”

Ganadora del Premio de Dramaturgia Sara Joffré 2016 por Oficio Crítico, La humilde dinamita fue un texto atípico, provocador y arriesgado, escrito por Marbe Marticorena. “Sara Joffré ha sido representante de un teatro hecho visceralmente”, menciona Marbe. “No soy investigadora de su trabajo, pero conocía su cercanía hacia la esencia misma del teatro, lejana de lo superfluo, ajena al "mercado" y al gusto del público”. Marbe conoció a Sara a los 18 años, cuando dirigió a su amiga Rosemary Araujo en el monólogo Rojo, escrito por esta última. “No sé cómo así ella fue a ver la obra y escribió una crítica. Yo no estuve muy contenta con el resultado, pero ella valoró mucho el espectáculo, escribió que los jóvenes tenían que hacer teatro, más que por la técnica, por su espíritu nuevo". Marbe no volvió a encontrarse directamente con Sara, pero reconoce que siempre le tuvo cariño. “Ella representaba La Resistencia dentro de nuestra clase teatral. Tenía la certeza de que se puede hacer espectáculo sin perder lo esencial, la pasión, la entrega, la rebeldía”.

Marbe se inició en el teatro desde los 5 años. "Ismael Contreras fue mi profesor en la YMCA”, recuerda. “Luego estuve con María Luisa de Zela en Los Tuquitos, pero mi primer profesor de teatro propiamente dicho fue Novo Miyagi, quien dictaba en el colegio San Felipe, clases de expresión corporal”. Con Miyagi, Marbe tuvo la suerte de participar en el Encuentro Internacional Qosqo 1987, organizado por Cuatrotablas en Urubamba. “Presentamos coreografías y conocí a Eugenio Barba. Y solo tenía 13 años. Fue el inicio. Posteriormente, como casi el 50% de los artistas dedicados a las artes escénicas, pasé por el Club de Teatro". Después decidió viajar a Brasil y estudiar por allá Artes Escénicas.

Expresión corporal y lucha escénica

“No es posible hablar del actor sin hablar de su expresividad corporal”, afirma Marbe. “Es como hablar de un dramaturgo sin mencionar su habilidad para redactar. Se tiene que comprender el teatro como una unidad, que incluye el cuerpo en escena”. Evidentemente, cuanto más trabajada tenga el actor su fisicalidad, más puede crear. “Puedes ser músico y tocar la flauta muy bien,  pero si además tocas piano, guitarra y compones, serás un músico más completo. Puedes tener un actor sin trabajo corporal que sabe defenderse, pero uno con trabajo corporal tiene otro nivel: compone e integra las ideas físicas en la escena; yo busco trabajar con ese tipo de actores”.

Conocida especialmente por su trabajo en lucha escénica en varias puestas en escena, Marbe la define como una técnica para que los actores no se hagan daño ni lo hagan al compañero  y puedan resolver escenas violentas  sin lastimarse con verosimilitud. “Nada más triste que estar viendo una obra bien dirigida, bien actuada, hasta que llega el momento de la bronca, los actores no saben resolver la escena violenta de forma ordenada, y la escena se cae”. Hacer una coreografía de lucha escénica es para Marbe, equivalente a  dirigir una escena, "solo que esta es física y tiene golpes. Es exactamente lo mismo: Una escena violenta también tiene acción, estrategias y obstáculo. se resuelve con las mismas herramientas que una escena cualquiera, pero además necesitas técnicas para no hacer/se daño". Marbe comenta que tuvo un profesor que le decía que se debe llamar “Dirección de lucha escénica”, porque la tarea no consiste en crear una coreografia sino en contar una historia.

“Mi maestro de lucha escénica en Brasil fue Lorival Pariz. Él fue quien me enseñó las bases de la actuación y el teatro físico”, menciona Marbe. “Estuve usando esa técnica por muchos años hasta que en algún momento sentí que era insuficiente para las nuevas necesidades del mercado, como hacer obras con armas y espadas. Así que viajé a Estados Unidos durante cuatro años para adquirir nuevos conocimientos”. Es entonces que Marbe conoce a Rick Sordelet, prestigioso profesor norteamericano de lucha escénica. “Rick es mi amigo y maestro, es el capo de la lucha escénica en Broadway. Él y David Brimer me ayudaron muchísimo en el manejo de la espada, la daga y a repensar la tarea de coreografiar la lucha escénica”.

Para Marbe, el montaje más difícil que le tocó participar como encargada de la lucha escénica fue  Julio César (2005), dirigida por Leonardo Torres Vilar. “Eso fue al inicio de los tiempos”, rememora. “Leo dirigía y actuaba. Todos eran hombres de 40 años y yo era una jovencita de 25 que les decía cómo debían pelear con espadas. Fue difícil, no por el grupo, sino porque me sentía muy insegura, a pesar de haber hecho mi tarea y preparado el ensayo”. Por el contrario, en Agosto (2010) dirigida por Juan Carlos Fisher, la experiencia fue diametralmente opuesta, especialmente en la escena de la cena. “Fue maravilloso trabajar con Patricia Barreto, Claudia Dammert y Norma Martínez. Para entonces, ya tenía otro aplomo. Fue un placer, una pera en dulce”.

El origen de la dinamita

¿Cuál fue el origen de La humilde dinamita? “Todo surgió por algo muy concreto: me habían pedido que escriba una obra de tema peruano y que tenga lucha escénica con seis actores, para llevarla a un pueblo en New Jersey”. Con esta motivación, Marbe comenzó a analizar varios temas, entre ellos, la lucha interna contra Sendero Luminoso. “Y asi empezó: como un encargo no remunerado, pero creativo. Investigué y leí todo lo que pude del asunto y desde mi propia mirada expliqué  la violencia, la guerra, el terrorismo, qué hace que el ser humano llegue a tales niveles de crueldad. Ese fue mi tema”, afirma.

Indagar la crueldad humana se convirtió en el gran objetivo de La humilde dinamita. “El personaje Apu (Lilian Nieto), indaga en un sentido cosmológico sobre el origen de la violencia. Pero también está la mirada de los que sufren, Jonás, su madre o el subversivo”, continúa Marbe. “Voy a poner a los personajes arquetípicos de esta guerra en la obra. ¿Cómo se van a enlazar? No tenía idea, eso iba a surgir solo. Solo quería que hablaran, desde Dios hasta el último chico abandonado, pasando por el presidente, el militar, el subversivo mayor, los activistas y la sociedad civil”. El trabajo de Marbe fue investigar qué decía cada uno de ellos y a través de ella, como autora, ir descubriendo cómo funciona cada una de esas personas en esos contextos.

Ver en escena a un personaje quechuahablante no es algo de todos los días. Aquel fue un riesgo más de la puesta en escena de La humilde dinamita: el personaje de la madre (Angelita Velásquez, ganadora del premio del Oficio Crítico por su trabajo en la obra) declamaba sus líneas en quechua. “En realidad, el quechua ya era para mí mucho riesgo”, manifiesta Marbe. “Mi primer  impulso fue poner a un quechuahablante hablando con un hispanohablante  y ver qué pasa, que el público sienta lo mismo que la madre". Marbe se preocupó en no darle excesiva importancia narrativa a los textos de Velásquez, para que el espectador no se perdiera. Y si el texto era indispensable, el personaje de Apu servía como traductor. “Para mí ha sido sorprendente este personaje, todos me lo mencionan, causó un gran impacto”.

Así como Velásquez, destacó también en La humilde dinamita el trabajo de Lelé Guillén. “Ella está en un buen momento de su carrera”, refiere Marbe. “Tiene la edad perfecta, la madurez emocional y de vida, porque viaja muchísimo y es joven. Me aportó la mirada de alguien que no había visto la guerra”. Lelé, tal como lo menciona Marbe, estaba muy ligada a los personajes que le tocó interpretar en la obra. “Ella representaba la rebeldía y a la pasión por la vida, en dos personajes completamente opuestos. Me acuerdo de su primera improvisación, pues le dije: ‘Esto queda’ (ríe). Al final, seguimos trabajando, pero me impresionó su capacidad para comprendernos escena a la primera".

“Actualmente, estoy dictando actuación en la Universidad Católica y el colectivo Conejo en el sombrero me ha pedido que dicte también lucha escénica”, nos comparte Marbe, quien además planea este año llevar a festivales fuera del país La humilde dinamita. “Fue esa la idea original (los festivales) además, una narración sobre la esencia de la violencia del ser humano se puede llevar a cualquier país del mundo”. Por otro lado, prepara una comedia sobre la historia del Perú prevista para fin de año. “No tiene sentido hacer teatro de forma cómoda y segura”, concluye.

Sergio Velarde
17 de marzo de 2017

jueves, 16 de marzo de 2017

Crítica: UNA RELACIÓN PORNOGRÁFICA

El dilema de continuar o renunciar

Escrita por Philippe Blasband, la película Una relación privada (Une liason pornographique, 1999) fue un contundente éxito del cine galo allá por la época de su estreno. Protagonizada por los notables actores Nathalie Baye y Sergi Lopez, la cinta nos presentó las entrevistas realizadas por separado a una pareja adulta por un psicoanalista, a quien solo escuchamos; además de los momentos previos y posteriores de sus encuentros sexuales. Ellos se conocieron a través de un anuncio puesto por ella en una revista para adultos, ya que quería cumplir su fantasía sexual. Es así que se inicia la relación, inicialmente ocasional y puramente carnal, sin revelar nombres ni ocupaciones, pero que previsiblemente irá tomando derroteros sentimentales. La película originó un par de años después una obra teatral, Una relación pornográfica, escrita por el mismo Blasband, y que llegó a varios países, entre ellos Argentina en el 2013, en un montaje estelarizado por los no menos notables Cecilia Roth y Darío Grandinetti.

Presentada por la productora Break, y acaso siguiendo los pasos de Phoenix: volver a empezar (2015), una de sus puestas producidas más interesantes, lo más destacable de la versión nacional de Una relación pornográfica estrenada en el Teatro de Cámara del Centro Cultural El Olivar, sea acaso la química conseguida por la pareja protagonista, que vuelve cómplice al espectador de este atípico y curioso idilio entre dos personas maduras, que se niegan a dar por terminada su búsqueda de placer a pesar de su edad. Remarcable además, el papel de Ella como la que manda y decide el rumbo de esta relación, relegando a Él como el sumiso acompañante. Con una escenografía muy funcional, con luces y música precisas, la puesta se sostiene íntegramente en la verdad que le imprimen los actores, a pesar de algunos traspiés cuando se dirigen a la platea, a falta de la voz del psicoanalista.

En su debut propiamente dicho, luego de su formación en el Programa de Dirección Escénica de Aranwa Teatro, el novel Pancho Tuesta acierta con el trabajo en conjunto de Vanessa Vizcarra y Alfonso Dibos, ambos aprovechando hábilmente cada palabra, gesto y silencio, para darle los matices apropiados a cada íntimo momento en su poco convencional amorío, hasta la decisión final: continuar o renunciar. Una relación pornográfica constituye un acierto de Break como productora y es además, un sólido montaje que entretiene y que busca la reflexión, sin escándalos, sobre las dificultades para mantener un tipo de relación sexual otoñal y sin mayores compromisos.

Sergio Velarde
16 de marzo de 2017

martes, 14 de marzo de 2017

Entrevista: CAMILA ABUFOM

“No hay manera de no conectarse con la cotidianidad”

Una de las actuaciones más sentidas del año pasado fue la de la joven Camila Abufom en El amor es un bien, ganadora del premio Oficio Crítico 2016 a la mejor actriz de reparto en la categoría Drama. “Mi mamá (Barbara Saba) estudió actuación, si bien nunca ejerció era muy buena y además, alumna de Ricardo Blume. Ella me dio cercanía al teatro, yo estaba entre cajas, disfruté mucho estar en el detrás de”, recuerda Camila. “Yo quise seguir a mi mamá y tengo su temperamento”. En el colegio estuvo en el taller de teatro, que tenía a cargo Kike Mora; sin embargo, al terminar estudió Comunicación Audiovisual. “Pero yo quería estar delante, no detrás de la cámara. Sé que era también divertido, pero cada vez que faltaba una actriz, yo decía: ¡Yo lo hago!”

Luego de mucho esfuerzo, especialmente dedicándose a estudiar matemáticas, Camila logró entrar al TUC, pero solo se quedó un ciclo. “Después entré al Conservatorio de Formación Actoral con Leo (Leonardo Torres Vilar), en donde me enseñó la técnica Meisner”. En aquel entonces, Camila quedó encantada con el naturalismo que esta técnica le brindaba, ya que le interesaba incursionar en el cine y ser muy orgánica. “Yo estaba con ese rollo, todavía lo tengo, pero ahora adoro otras técnicas y estilos, como la teatralidad”.

Primeros maestros y montajes

“Considero a Leo como mi primer maestro, su escuela fue increíble”, refiere Camila, quien recuerda mucho todas las anécdotas que su profesor compartía en clase, especialmente de referentes muy cercanos. “Él es pasión pura; la técnica que aplica es la de estar ahí, de escuchar. Nunca hablamos de acción, yo tenía otros cuestionamientos en el momento que apareció el taller”. Posteriormente, Camila entró a los talleres de Roberto Ángeles y después, al de Alberto Isola. “Son escuelas de una educación más tradicional, pero que aprecio mucho”. Camila considera la “mezcla” de estos talleres como excelente. “Alberto es el máster, es más emocional, analiza la obra momento a momento contigo; es actor, entonces el acercamiento que tiene hacia sus alumnos es totalmente diferente al que tiene Roberto, que es súper práctico y teórico, va directo al grano y te da cancha: tienes tres jurados que te van a evaluar en cada nivel que es como un reality show (risas), te enfrenta con el teatro y la crítica todo el tiempo”.

Camila considera a la puesta en escena de Quedará entre nosotros (2011), dirigida por Torres Vilar, como su primera obra profesional. “Yo todavía era alumna en el Conservatorio y todos los demás actores de la puesta eran ex alumnos; una de las actrices abandonó el proyecto y me invitaron a participar. Fue para mí, la primera exposición con el público, que además pagaba su entrada”. Camila no tiene la receta para ser una buena actriz. “No te podría hablar de la técnica, no tengo una sola, creo que es más pasión, paciencia e inteligencia para tomar buenas decisiones”. Por otro lado, considera que un buen director de teatro debe darle libertad creativa al actor o actriz, así como también tomar buenas decisiones. “Y jamás decirle al actor qué es lo que tiene que hacer; el director plantea el ejercicio matemático para que el actor lo resuelva, lo destruya y cree con él. Cuando te pone en aprietos es genial”. Agrega además, que no considera ni mejor ni peor que el director haya sido o sea actor. “Alberto, por ejemplo, se mete a la escena, mientras que Roberto es mucho más distante, se involucra desde fuera. No creo que uno sea mejor que el otro”.

La pertinencia de Chéjov

¿Cómo llegó Camila a participar dentro del elenco de El amor es un bien, adaptación del Tío Vania de Antón Chéjov dirigida por el argentino Francisco Lumerman? “Conocí a Valeria (Escandón, actriz y productora de la obra) en una serie web y me preguntó si tenía chamba en el verano. Yo le conté que quería irme a Buenos Aires a un taller con Fran, a quien había visto en otro realizado en La Plaza. Y fue loquísimo, porque ella me dijo que iban a traerlo a Lima a dirigir esta obra y que creía que yo tenía el perfil de uno de sus personajes”. Camila, emocionada y nerviosa, asistió al casting y leyó una parte del texto con Javier Valdes frente a Lumerman. “¡Qué paja fue! Solo me escuchó leer y ver qué tanto la podía interpretar. Llamaron también a otra actriz a quien admiro y considero una de las mejores actrices del Perú, y me dije que ella lo iba a interpretar finalmente”. Para sorpresa de Camila, esta recibió la llamada de su confirmación como actriz en la puesta de Lumerman, cuando estaba actuando en Villa Libertad (2015) en el Victoria Bar. “No me estaba sintiendo segura con mi personaje en esa obra, era uno de esos procesos en los que piensas que eres la peor actriz del mundo y JUSTO me llamaron para decirme que iba ser parte del elenco de El amor es un bien. Fran vio en mí las características del personaje de Sonia, que sentía que ya las tenía conmigo, y eso a mí me pareció lindo, porque eso me hablaba de la manera tan humana que tiene él de trabajar”.

Sobre la pertinencia de un autor como Chéjov, Camila responde que podría tomarse como un cliché, pero el dramaturgo ruso toca los temas más grandes, como el amor y el miedo a la muerte, así como Shakespeare. “No hay manera de no conectarse con la cotidianidad. En la vida parece a veces que no está pasando nada, pero en realidad por debajo están pasando millones de cosas: eso es Chejov, un experto en conducta humana, un fotógrafo de situaciones cotidianas capturadas durante un terremoto (risas) ¡Eso me encanta!” En El amor es un bien, Camila debía interpretar algunas canciones, una actividad artística que la fascina desde siempre. “La música es demasiado para mí, cuando canto me siento más poderosa que cuando actúo. Cantar es para mí como una piedrita en el zapato, pues quiero hacer un proyecto musical este año”. Sin embargo, las necesidades del personaje de Sonia requerían que esta cantara mal. “Fran siempre me reclamaba que no debía cantar bien (risas)”.

Para este 2017, Camila estará ocupada ensayando cine y teatro. “Grabaré una película a fin de año, por ahora estamos ensayando algunas escenas con Rodrigo Moreno (director) a modo de improvisación, para que el guión en sí sea más orgánico y cercano a los actores”. Y sobre las tablas, ensaya una pieza de teatro documental con Sebastian Rubio, uno de los directores de Desde afuera (2014). “Seremos dos mujeres, una judía y yo, que soy descendiente de palestinos, explorando en el espacio a ver qué sucede. No sabemos qué va a pasar y eso es a veces aterrador. Hasta ahora está siendo una de las cosas más difíciles que hago sobre el escenario. Es teatro documental, así que voy a ser Camila Abufom esta vez”, concluye.

Sergio Velarde
14 de marzo de 2017

miércoles, 8 de marzo de 2017

Crítica: EL PAÍS DE LA CANELA

Buscando la especia de la memoria

El país de la canela es una novela del escritor colombiano William Ospina del 2008 y ganadora del prestigioso Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos (2009), y que además, comparte el mismo título con el último estreno del colectivo EspacioLibre, una pieza escrita por Alonso La Hoz y ganadora a su vez del Festival Sala de Parto (2015). Si bien es cierto, tanto la novela como el texto dramático abarcan temáticas diferentes, sí que comparten algunos rasgos en común: la historia de naciones que son presas de sus propias debilidades y los límites a los que puede llegar la violencia en el ser humano. Si el texto de Ospina narraba los épicos avatares de una expedición por el río Amazonas durante la invasión y destrucción del Imperio Incaico en el siglo XVI, la obra de La Hoz sitúa a sus corrosivos personajes en una nación devastada por la guerra y el olvido, un lugar simbólico pero absolutamente reconocible.

Estrenada en el Auditorio del ICPNA de Miraflores, El país de la canela le sigue el rastro a un capitán y un alférez dentro de un país golpeado por la violencia de una guerra que supuestamente terminó, mientras intentan recuperar su propia memoria, que es a la vez la de esta blanquirroja nación. En su camino encuentran injusticias y corrupción en comerciantes, vagos, curas, mujeres y guerrilleros, así como la preciada “canela” del título, que lejos de regular el nivel de azúcar en sangre, genera alucinaciones. Hilarantes situaciones que va encontrando esta pareja dispareja, cuya dinámica bebe de diversas fuentes, desde las absurdas aventuras de Vladimir y Estragón, pasando por el ingenioso humor del Chompiras y el Botija, hasta el tierno optimismo de Laurel y Hardy.

Tal como lo menciona Piero Miovich en su apreciación crítica, Diego La Hoz no pierde su inconfundible y alegórico estilo para dirigir, así sea un texto ajeno. En ese sentido, la pieza de Alonso La Hoz tiene todo el sabor barranquino e íntimo del colectivo. Sin embargo, así como lo anota Eder Guarda en su comentario, el montaje se vuelve algo reiterativo hacia el final, pero sin perder nunca la brújula y su agradecido sentido crítico y sarcástico. Los habituales de EspacioLibre, Eliana Fry García-Pacheco, Javier Quiroz y un particularmente inspirado Karlos López Rentería, le dan la réplica a un inmenso y campechano Ramón García. El país de la canela de la dupla La Hoz, tal como lo es la novela de Ospina, se convierte en un ácido retrato de las miserias humanas dentro de una nación y sus terribles consecuencias, pero siempre salpicado por esa exquisita especia marrón cargada de humor, que nos hace más digerible la confrontación con nuestra propia realidad.

Sergio Velarde
8 de marzo de 2017

sábado, 4 de marzo de 2017

Entrevista: CLAUDIO CALMET

“Qué privilegio de chamba el poder tocar el espíritu de la gente”

Lo vimos en sentidos y complejos dramas como El Dragón de Oro (2011), El último fuego (2012) y La eternidad en sus ojos (2013), así como en divertidas comedias como Lo que nos faltaba (2015) y La estación de la viuda (2016). Claudio Calmet, ganador del premio del jurado del Oficio Crítico como el mejor actor de Comedia por la última obra mencionada, no desaprovecha cada oportunidad que tiene para demostrar su versatilidad en el escenario. “Creo que la vena actoral la tengo desde pequeño”, recuerda Claudio. “Mi madre estudió Arte Dramático en Trujillo, ejerció durante un tiempo, hizo giras y por esas casualidades del destino vino a Lima a trabajar en una chamba de oficina”. Si bien es cierto, su madre interrumpió este primer sueño de seguir haciendo lo que siempre le había apasionado, ahora se siente muy orgullosa de los logros conseguidos por su hijo. “De niño imitaba mucho a políticos en reuniones familiares, hacía mis propios ‘stand-ups’; mis referentes eran programas como Risas y Salsa y después pasaba sombrero. Mucha gente me pedía que imitara, a tal punto que estuve imitando en un velorio, al lado de un féretro”, recuerda.

En su colegio, Claudio no perdía oportunidad de participar en cuanto evento o dinámica se realizara, especialmente cuando ocasionalmente se abrían talleres de teatro. “Tenía un profesor de inglés (José Zegarra) que nos hacía elaborar pequeñas obras teatrales de 10 a 15 minutos en inglés y me grupo siempre era el más destacado y el más esperado. En realidad, mi madre como que nos dirigía en casa. Esa experiencia me marcó mucho”. Posteriormente, Claudio llevó un taller de verano en el Instituto Charles Chaplin, a cargo de Danae Saco Vértiz. “Era el verano de 1994 y estuve en una pequeña presentación en la Alameda Hacienda Club con El Fantasmita Pluff. Me gustó mucho. Pero te hago una confidencia: terminado el taller, fui a la Feria del Hogar y vi que se estaba presentando en el auditorio El Fantasmita Pluff, entré de sapo y cuando vi la obra en el escenario me sentí como medio golpeado, desilusionado por no estar allí. Recuerdo que me dije que no volvería a hacer teatro en mi vida, a tal punto que tuvieron que pasar 12 años para que me vuelva a animar. Ya tenía la espina, el bichito siempre estuvo ahí”, recuerda.

Sus pininos en las tablas

Claudio estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad Católica, pero a la par llevaba cursos de Artes Escénicas como alumno libre. “En aquel entonces (2005) caminaba por la avenida Larco, me había peleado con mi enamorada de entonces y veo en las afueras del Centro Cultural Ricardo Palma que estaban haciendo audiciones para formar parte de la Compañía de Teatro de la Municipalidad de Miraflores con Leonardo Torres Descalzi”. Claudio entró (de “sapo” otra vez), le dieron un texto y lo invitaron a leerlo o interpretarlo en escena. “A la semana siguiente ya estaba ensayando una obra y enfrentándome a un público”, recuerda sorprendido. “Era teatro aficionado, es cierto,  pero con muy buenos valores y tuve muchos amigos con talento”. Actuar a las órdenes de Torres Descalzi, un experimentado actor y director, fue toda una experiencia para Claudio. “Teníamos funciones solo los jueves en temporada. Arranqué con un entremés de Cervantes, El viejo celoso, estuvimos un mes. Después hice Ramón de Sergi Belbel, una obrita de 15 minutos, pero que duró como 7 a 8 meses en temporada, tengo entendido no se había dado nunca antes en el tiempo que tenía la compañía”. En dicho montaje, Claudio interpretaba a un esposo en crisis con su pareja, la cual era actuada por cuatro actrices. “Fue una puesta medio arriesgada, viniendo de Leonardo, que era un director de un estilo conservador. Pero tuvo pegada; eso sí, había días buenos y malos: una vez recibí 80 céntimos, pero todo se hacía por amor al teatro y qué mejor que vivirlo con un grupo de gente apasionada por la actuación”.

Y si bien dentro de la universidad Claudio ya había llevado un pequeño taller con Gustavo Cabrera (actor y reconocido cuentacuentos) en uno de los salones, un acercamiento más profundo al teatro lo tuvo con Leonardo Torres Vilar. “Leonardo Torres Descalzi me recomendó con su hijo Leonardo”, rememora Claudio. “Fue una etapa distinta, que consistió en un año de preparación muy interesante. Leonardo fue un gran profesor, ya que empecé a tomar la actuación como una carrera”. Llevar este taller le acarreó a Claudio algunos problemas con su universidad, la cual les prohibía a sus estudiantes realizar actividades teatrales por fuera, debido a una suerte de política de exclusividad. “Pero a mí no me debería afectar, porque era de Audiovisuales. Sin embargo, nunca tuve problemas con mis profesores por allá, pero sí considero que tal vez existen ciertas políticas que me parecen o parecían algo absurdas”.

Claudio entró al taller con Leonardo Torres Vilar y recibió una invitación que no pudo rechazar. “Leonardo realizó un montaje profesional, Julio César (2005) y fui el único alumno que fue invitado como tal, a formar parte de ese elenco, conformado por Oscar Carrillo, Carlos Mesta, Mario Velásquez y los dos Leonardos, padre e hijo”. Para Claudio, existe un antes y un después en su carrera actoral con el mencionado taller. "Muchos arrancan y pocos terminan, no todos se meten pensando en que serán actores”, reflexiona. “Ese taller creó en mí la consciencia que esto era lo mío. Eso se siente desde que estás en el escenario. Con Leonardo padre comprobé que el teatro es peligrosamente adictivo; luego, con Leonardo hijo, lo reafirmé”. Definitivamente, como menciona Claudio, es imposible no contagiarse de ese amor que Leonardo hijo le profesa a esta profesión. “Ver la relevancia que le da: eso me convenció que esto era lo que yo quería. Otros compañeros de taller, como Mijail Garvich, Raúl Sánchez o Patricio Villavicencio, también están vigentes y se dedican a la actuación”.

Las temporadas con primeras actrices

Una de las primeras obras profesionales de Claudio fue Los árboles mueren de pie (2008) de Alejandro Casona, con egresados del taller de Leonardo. “Fue una creación colectiva, pero en realidad la dirigió Rosa Wunder, con toda la sapiencia que tenía. Fue su última obra, en el sentido que era una dedicada a ella”. Claudio reconoce que Wunder fue una de las grandes inspiraciones de su vida. “Siempre le voy a estar agradecido a este lindo oficio, por haberme permitido ponerme al lado de personas con un bagaje y un espíritu tan bello, tan rico y tan grande. Ella ha sido mi mentora espiritual, tanto así que todas las temporadas que tengo yo se las dedico, en los agradecimientos está ella”, agrega.

“¡Qué importante es hacer obras con gente de tu propio taller!”, exclama Claudio sobre la puesta en escena de Cuadros de Amor y Humor al fresco (2010), que dirigiera Pold Gastello en el Teatro Mocha Graña. “Fue un éxito rotundo, como también pasó con Los árboles mueren de pie, pero digamos que abarcaba un universo más grande de público, ya que fue una comedia de escenas que tenía un hilo conceptual: el amor no correspondido”. Gracias a la presencia de Gastello, tanto directores y productores, como Jorge Villanueva, Michel Gómez y Michelle Alexander, alcanzaron a ver la puesta. “Así pude estar en series como La Perricholi y en otros proyectos teatrales, como participar en El Dragón de Oro del colectivo Ópalo. Villanueva se la jugó conmigo; Marcello (Rivera, también fundador de Ópalo) no estaba muy seguro, pero me hicieron casting y quedé”. Claudio logró así su primera nominación como mejor actor de reparto por el Oficio Crítico 2011.

Posteriormente, Claudio volvería a ser nominado como mejor actor de reparto por la excelente La eternidad en sus ojos, al lado de la primera actriz Sonia Seminario. Y recibiría finalmente el premio del Oficio Crítico por su destacado trabajo en La estación de la viuda, al lado de otra primera actriz, Lucía Irurita. “He tenido a tres grandes mujeres en mi vida actoral: Rosita Wunder, Sonia Seminario y Lucía Irurita; no sé qué estaré haciendo, pero los Dioses del Teatro me han puesto en el camino de estas tres grandes mujeres”, menciona Claudio. “Para mí es sumamente especial acompañar a Lucía en su última obra. Siempre lo he dicho: es una institución del teatro nacional. Tiene un corazón tan grande, es una dama, una señora a carta cabal. En este momento de mi vida actoral, ella se la jugó también por mí, porque Cécica (Bernasconi, hija de Lucía y administradora del teatro)  tampoco estaba muy segura (risas). Quiero mucho a las Bernasconi”.

Futuros proyectos

Claudio estará participando en una comedia escrita por Giuseppe Albatrino en el Centro Cultural Ricardo Palma en el mes de mayo, nuevamente al lado de Sonia Seminario y con Claudia Dammert y Lía Camilo. “Será una comedia muy ligera, nos vamos a divertir un montón”. Pero antes, Claudio volverá a compartir escenario con Irurita, en la reposición de La estación de la viuda este mes, para cerrar la temporada interrumpida el año pasado como una actriz de su talla se merece. “Estoy muy agradecido por esta oportunidad que se me ha dado”.

Son 10 años que Claudio cumple sobre las tablas. “Una vez escuché que para considerarse un actor, tenían que pasar 60 años”, comenta. “No sé, yo siento que esto reafirma mi convicción que esto es lo mío y que es un privilegio el haber encontrado lo que me hace feliz, lo que uno ama. Cuando estoy en el escenario estoy completo”. Si bien es cierto, Claudio se mueve en el ámbito teatral, siempre ha habido gente que espontáneamente reconoce su trabajo. “Valoro más cuando me saludan porque me han visto en tablas; es mejor que si te han visto en un comercial o en una serie. Qué privilegio de chamba el poder tocar el espíritu de la gente. Siento que estoy haciendo algo bueno por lo demás”, concluye.

Sergio Velarde
4 de marzo de 2017   

jueves, 2 de marzo de 2017

Crítica: AMBICIONES

Tibia comedia en ciernes

De un tiempo a esta parte, debido acaso a la escasez de salas y al grosero aumento de entusiastas egresados de innumerables talleres de actuación de diverso calibre, los colectivos teatrales independientes están condenados a presentar temporadas cada vez más reducidas en número de funciones. Atrás quedaron los varios meses en cartelera que todavía se dan el lujo de tener algunos elencos en los teatros Marsano, Británico y otros más. Pero este fenómeno de las minitemporadas ya viene ocurriendo en muchas salas, especialmente en el “democrático” Teatro Auditorio Miraflores, con funciones diarias para todos los gustos y horarios. Y así sean solo cuatro funciones, debería haber una responsabilidad por parte de los grupos de presentar espectáculos de calidad y no limitarse al único afán de conseguir funciones vendidas. Pues bien, allí se estrenó la puesta en escena de Ambiciones, comedia dramática actuada, escrita y dirigida por Gianfranco Mejía, responsable también de Fiesta de promoción (2016).

Mejía nos presenta, en poco más de una hora en tiempo real, una dilatada conversación entre siete varones en crisis económica que se encuentran en la casa de uno de ellos. Sin dinero ni planes interesantes a la vista, comienzan a discutir sobre cómo salir de la pobreza, poniendo en el tapete disparatadas soluciones, algunas de ellas rayando con el crimen puro y duro, sin medir sus ambiciones. Con una austera escenografía y una estética plana, el supuesto realismo que el director quiere otorgarle a su puesta se resiente con la caracterización de los personajes, algunos bien bosquejados y otros, en el borde del estereotipo. El oficinista amargado (Hernán Sotomayor), el estudiante ingenuo (Arnold Canelo), el convenido jefe de casting (Eduardo Velarde), el agente de seguridad de una discoteca (Darío Galvez), el eterno universitario (Sergio Muñoa), el mozo conformista (Antonio Ordoñez) y el vago bueno para nada (el mismo Mejía) se turnan para dar sus puntos de vista, mientras deambulan por el espacio en medio de alcohol y drogas.

A pesar de sus deficiencias, el montaje se deja ver por el tema elegido por Mejía, que es de total actualidad y pertinencia, y que sorprende en cierta forma por la manera tan directa en ser presentado en escena. Ajustar, eso sí, varios detalles que van desde el vestuario hasta la manera correcta de usar la puerta imaginaria, pasando por algunas sobreactuaciones que podrían ganar más en contención. Esta obra Ambiciones, todavía tibia y en proceso, presentada por Mever Producciones, puede ganar puntos al replantearse, tomando en cuenta que el teatro debe ser la estilización de la realidad. Mejía y compañía sí demuestran que hay aptitudes y potencial en su elenco para presentar en el futuro productos más arriesgados y estéticamente superiores.

Sergio Velarde
2 de marzo de 2017

miércoles, 1 de marzo de 2017

Crítica: ANASTASIA Y EL MISTERIO DE LOS ROMANOV

El final de una historia es el comienzo de una nueva

“Este lugar es como si viniera de un sueño. Dulce voz, ven a mí, haz que el alma recuerde, oigo aún cuando oí, una vez en diciembre.” 

“Anastasia y el misterio de los Romanov” está basada en "Anastasia", una película de animación estadounidense de 1997. La presente obra teatral, adaptada al teatro y dirigida por Gerardo Fernández, es una obra de narración oral y musical, dirigida para toda la familia. Si bien es cierto "Anastasia" fue una película que marcó a muchas personas de mi generación, en cierto modo, no hay nada que este montaje le pueda envidiar, ya que esta puesta en escena es mágica, en especial cuando volví a escuchar esta canción: “Una vez en diciembre”. Personalmente, me encanta la canción, porque habla mucho sobre tratar de recordar el pasado. La propuesta del director en incluir algo de comedia, la vuelve refrescante; en especial, los personajes del monje Rasputín (Eduardo Paredes) y su secuaz Bartok (Gessy Cochachi Ramos). Esta obra aborda temas como la aventura, el misterio, el miedo y el amor; es una historia real llevada a la ficción y más aún, un homenaje a la mencionada película ya que cumple 20 años en abril.

La historia comienza en la Antigua Rusia Imperial. Entra en escena la duquesa Marie (Juana Edith Martínez), que nos narra  la historia de los Romanov y el misterio que duró casi un siglo en su familia: cómo al tratar de escapar de las manos del siniestro hechicero Rasputín, la duquesa extravía a su nieta Anastasia (Ángela Parra), quien pierde la memoria y será posteriormente solo conocida por el nombre de Anya y vaga por la ciudad sin saber que pertenece a la familia real. Al cabo de diez años, ella tomará la decisión de seguir sus sueños, de reencontrarse con su familia, ya que la única pista que tiene es un collar que dice: Juntas en París. Es así como se iniciará su aventura  y en el transcurso de su travesía, se encontrará con Dimitri (Jorge Gestro), quien aprovechará la oportunidad para convencer a Anya de hacerse pasar por Anastasia y así emprenden su aventura en París, dando inicio a un amor que ellos ni se imaginaban. Rasputín, al enterarse de que Anastasia sigue con vida, intentará asesinarla una vez más.

Disfruté mucho  las canciones, con momentos emotivos y divertidos. A pesar de tener un espacio muy pequeño, supieron llevar la obra a otro nivel. Me encanta la conexión que muestra el elenco, ya que las escenas con las que cuentan son muy precisas para entender la historia. Me encantó el vestuario, estaba acorde a la época. Me hubiera encantado que la caja musical se abriera como en la película, creo que es un momento mágico. La escenografía es sencilla y la coreografía estuvo genial, las voces muy limpias. Solo una pequeña recomendación: tratar de no atropellar el dialogo al inicio de la obra; por lo demás, quedé encantada. ¡Gracias por la función!

“Anastasia y el misterio de los Romanov” va hasta el domingo 2 de abril, los sábados y domingos a las 6 de la tarde en el Espacio Teatro Esencia, ubicado en avenida Miguel Grau 071 – Barranco. Con las actuaciones de Ángela Parra, Eduardo Paredes, Jorge Gestro, Juana Martínez, Gessy Cochachi, Lucía Dueñas, Camila Battistolo, Manuel Echeandia y Gerardo Fernández, quien se encarga de la dirección. Las entradas están a la venta en el mismo teatro o llamando a los números 266 6414 y 963 744769, a 25 soles (adultos) y 22 soles (niños).

María Victoria Pilares
1° de marzo de 2017